Conversando
con colegas de otros países y de otras lenguas, hemos llegado a la conclusión
que durante el proceso de enseñanza de la composición musical se le dedica poco
o casi nada de tiempo a la formación del compositor como garante de sus
derechos de difusión y regalías como compositor. Pareciera que lo esencial en
la formación del compositor es la generación de la partitura o la grabación
electrónica, olvidando que el compositor está obligado a generar un producto
que sea más fácil y atractivo de comercializar. Esta problemática estriba en
parte, porque en el contexto de los países latinoamericanos no se presta mucha
atención a este tema por parte de las compañías o asociaciones destinadas a
este fin. En otras palabras, la música de carácter comercial que se expone en
cines, radios o televisión, tienen mayor garantía de generar regalías que la
música de ‘arte’, ‘erudita’ o ‘académica’.
A
mi juicio, esta circunstancia se debe primero a que la cultura de
nuestros países está auspiciada por el estado. En general este tipo de
eventos llámese concierto, recital o presentación, no genera una ganancia. Sin
embargo, a los intérpretes se les paga. ¿Por qué no al
compositor?
El compositor latinoamericano debe ir aprendiendo además de los
artilugios técnicos del oficio y saber relacionarse con los distintos
agentes del medio, a cómo obtener la regalía de su creación, bien sea que se
esta se presente en la venta de un disco, una partitura, una ejecución o un video.
En
el contexto latinoamericano, salvando las excepciones, no existe una estructura
gerencial que se dedique a proteger y sobre todo incentivar el pago de regalías
a los compositores que realizan música de arte. En el caso que me atañe, debido
a mi país de origen, Venezuela, hay dos obras emblemáticas de compositores
venezolanos que se ejecutan casi de memoria: la Cantata Criolla de Antonio Estévez y la Margariteña de Inocente Carreño. En cualquier sociedad medianamente
decente, sus descendientes podrían vivir de las regalías que generan estas
obras en cuanto a conciertos, difusión en radio y televisión y en producciones
discográficas, sin contar las innumerables veces que se venderían o alquilarían
las partituras. Pero bueno, cierto que estas cosas son nimiedades viniendo de
la patria de Bolívar:
“Las instituciones perfectamente representativas no
son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales”.
[Carta de Jamaica del 6 de septiembre de 1815].
¡Qué
siga la fiesta!
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